PSICOANÁLISIS Y POLÍTICA


Herbert Marcuse (Berlín 1898-1979) es miembro de la Escuela de Frankfurt. Se incorporó al Instituto de Investigación Social de Frankfurt en la década del 30. Como marxista conocido y judío se exilió en Suiza, luego en París, donde fueron trasladados el Instituto de Frankfurt y la revista Zeitschrift für Sozialforschung. Varios años antes había iniciado junto con Adorno investigaciones para la Universidad de Columbia por lo que pronto se instaló en dicha universidad como conferenciante de Sociología y senior fellow en el Instituto ruso (en 1934). Entre 1954 y 1965 enseñó filosofía y política en la Universidad Brandeis de Boston y luego ciencias políticas en la universidad de San Diego. En las revueltas estudiantiles de 1968, su nombre brilló junto a los de Marx y Mao (las tres “M”) porque sus textos y sus conferencias fueron una influencia para los jóvenes revolucionarios (ver foto).

En 1953 publica Eros y civilización, obra en la que realiza una resignificación de El malestar en la cultura desde una perspectiva que incorpora la crítica de Marx a una lectura de Freud que busca historizar sus tesis y utilizarlas para comprender a la sociedad industrial avanzada de la época. Marcuse comprende al psicoanálisis como arma de una crítica radical y revolucionaria. El carácter revolucionario del psicoanálisis radica para él en Tótem y tabú (1912), Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte (1915), Más allá del principio del placer (1920), Psicología de las masas y análisis del yo (1921), El porvenir de una ilusión (1927), El malestar en la cultura (1930) y Moisés y el monoteísmo (1939).

Para Freud el individuo se debate entre un principio del placer y un principio de realidad. El principio del placer arraiga en la vida misma del aparato psíquico, vinculado a las necesidades primarias del individuo, a los instintos. El principio del placer genera una cierta comunión con el mundo, una indisociación entre el sujeto y el objeto, entre el yo y el mundo. El discernimiento de estos opuestos se produce por la primacía de otro principio psíquico: el principio de realidad. La dialéctica de ambos principios se ve suprimida para Marcuse en la civilización industrial contemporánea, en la cual el principio del placer se encuentra cada vez más absorbido por el principio de realidad. Lo real a su vez se supedita en estas sociedades al rendimiento. Marcuse denomina al principio de realidad como Performance principle, a la vez comprendido en español como principio de actuación y de rendimiento. El principio de realidad ha prevalecido históricamente según una lógica del rendimiento que organiza a los individuos en estratos sociales según su actuación económica competitiva, según su rendimiento en el mercado.

Este desarrollo de la civilización se ha traducido en un modo histórico de organización, coordinación, regimentación y control de la vida privada y pública, en definitiva ha devenido en administración de la dominación. Toda cultura requiere para Freud la represión, es decir la contención y hasta la supresión de los instintos más poderosos, Eros y Tánatos, el amor y la muerte. La cultura reposa indefectiblemente sobre la represión de la sexualidad porque sólo la libido con fin inhibido permite crear lazos de amistad entre los hombres. Con respecto al instinto natural de agresividad entre los hombres, Freud sigue explícitamente la tradición de Hobbes con respecto al “homo homini lupus”, sólo la represión de los instintos agresivos permite el surgimiento de la cultura, que a tal fin desarrolla el derecho. La represión es inherente al mismo desarrollo cultural. Pero la realidad de la civilización industrial contemporánea muestra un exceso en la represión primaria, una represión excedente o sobrerrepresión (Surplus-Repression). Afirma:“Dentro de la estructura total de la personalidad reprimida, la represión excedente es esa porción que es el resultado de condiciones sociales específicas sostenidas por el interés específico de la dominación.” Este modo de represión denunciado se consolida como la auténtica, verdadera y necesaria represión para el desarrollo cultural, ocultando otras posibilidades para la civilización. Marcuse propone entonces la utopía de una sociedad que no sobre-reprima a los individuos y sea posible el libre desarrollo de la humanidad, es decir la liberación.

Eros y civilización utiliza categorías psicológicas porque, afirma Marcuse, han llegado a ser categorías políticas. “La tradicional frontera entre la psicología por un lado y la filosofía social y política por el otro ha sido invalidada por la condición del hombre en la era presente: los procesos psíquicos antiguamente autónomos e identificables están siendo absorbidos por la función del individuo en el estado, por su existencia pública. Por tanto, los problemas psicológicos se convierten en problemas políticos: el desorden privado refleja más directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden personal depende más directamente que antes de la curación del desorden general.”

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