Filosofía, Antropología y Modernidad
Comenzamos una aventura del pensamiento. Encontrarse por primera vez con la filosofía suele provocar angustias, impotencias, rebeliones. No estamos acostumbrados a su pregunta incómoda, que movilice lo que hasta ese momento teníamos por seguro, ni a un lenguaje que nos interpela a leer de otros modos, a entregarnos a experiencias de lecturas en las cuales lo importante no es comprender la verdad de otros, la verdad de quienes escribieron, sino experimentar de qué modo nos relacionamos con ella. Leer filosofía puede ser una aventura. Porque una experiencia de lectura nos compromete totalmente: no somos los mismos después de atrevernos a nuevos sentidos, a nuevos lenguajes, a nuevas preguntas. Una experiencia de lectura es una experiencia de pensamiento. Por tanto, los invitamos a leer de un modo “impresionista”. Como los pintores, que con pequeñas pinceladas construían una obra que no puede ser comprendida a partir de la mirada fija en cada una de ellas, sino que tomando distancia encontramos su unidad, su sentido; de la misma manera, una lectura impresionista invita a entregarse al vaivén de la lectura, a no querer totalizar el sentido del texto, a no querer comprender párrafo a párrafo. La filosofía habla otra lengua. Como los niños. Como los otros. Para comprenderla, sólo hay que escucharla. Y tener la paciencia de leer, una y otra vez, sin desesperarnos. Finalmente, algo nos susurrará. Algún sentido nos despertará. Alguna pregunta, alguna inquietud, alguna incomodidad. Es que la filosofía no es –solamente- una historia de la filosofía, dividida por disciplinas, etapas, autores. Es un ejercicio, una práctica del pensamiento. La filosofía es esa práctica del pensamiento que nos invita no a legitimar lo que ya sabemos, sino a saber si es posible pensar distinto de cómo pensamos. Es una puesta en jaque a nuestras seguridades, a las verdades alcanzadas. Por eso se relaciona íntimamente con la pregunta. Con la pregunta infantil: aquella que no teme preguntar, que se abisma en las profundidades del pensamiento, que no pregunta desde un supuesto no saber, sino desde una inquietud ante la existencia y la vida cotidiana. La filosofía es una pregunta por el presente, por el nuestro. Claro, preguntar, es peligroso. Como cualquier aventura. No sabemos a qué buen puerto nos llevará. No diremos en esta unidad qué es la filosofía. Solamente podemos saber qué es la filosofía teniendo experiencia de ella. Aventurándonos en nuestro pensamiento.
Iniciaremos también en esta unidad una aventura hacia la modernidad. Hacia el siglo de las luces. La antropología como problema del hombre surge en una modernidad atravesada por los cambios, por la institucionalidad, por el surgimiento del capitalismo, por la organización del Estado. El concepto de individuo, que trabajaremos con Heler, surge en este marco, en que el Dios medieval y su poder se desplazan a la Razón del hombre como nuevo fundamento. La filosofía de la sospecha verá en ello el simple desplazamiento del absoluto, y denunciará que el absoluto sigue estando. Parte de esta denuncia es retomada por Dussel al mostrar a la modernidad no sólo en su empresa emancipatoria, al estilo kantiano de salir de la autoculpable minoría de edad, sino también encubridora del Otro, de lo diferente, de lo que escapa al estereotipo de ese individuo. A un estereotipo europeo que tiene una respuesta definida y universalizada acerca de qué es el hombre. Una respuesta que no concuerda con la humanidad del indio –y podríamos aventurarnos también a extender esta exclusión a la humanidad de la mujer, a la humanidad de los trabajadores, a la humanidad del loco, a la humanidad del niño (como veremos en las próximas unidades).
La antropología es uno de los caminos de este tránsito. Las tesis acerca de qué es el hombre se remontan a la antigüedad clásica. Pero nuestro camino se iniciará en la modernidad. Porque es en la modernidad cuando el hombre se vuelve problemático para sí mismo. Ha habido a lo largo de la historia crecientes saberes parciales, que han hecho del hombre un tema, es decir, algo determinado, definido. En la modernidad la problematicidad acerca del hombre determina el campo de una antropología filosófica. Con el desplazamiento hacia el antropocentrismo y el sujeto como garante del conocimiento, las ciencias se hacen acreedoras del esquema de la objetividad. La división sujeto-objeto alcanza también a la antropología. ¿Pero cómo puede ser el hombre –sujeto del conocimiento- al mismo tiempo un objeto de conocimiento? ¿No se corre el riesgo de cosificarlo, de tomarlo por una cosa, de olvidarnos que es, propiamente un hombre? El hombre es también, y al mismo tiempo, sujeto de reconocimiento, es decir, un sujeto que se reconoce a sí mismo en su propia humanidad y la reconoce en los otros. Se trata por tanto, de una dimensión ético-política, en la cual interviene nuestro actuar, nuestra relación con los otros. Por tanto, el sujeto de reconocimiento no puede, no debe, reducirse a un saber acerca del hombre, sino que atañe a la experiencia. Se trata, por tanto, de pensar el “Otro” y la diferencia que somos.
Problematizaremos a lo largo de esta aventura del pensamiento acerca de esa diferencia que somos para nosotros y para los otros, teniendo en cuenta que nuestro camino elegido, la educación, tiene que ver con las relaciones. Con la responsabilidad ante el otro. ¿Para qué sino una antropología filosófica en las carrera de psicología?
Hola, Soy Andrea Manuel de la comisión D.Me gusto mucho el artículo que escribieron, sobre todo en la parte que lo relacionan con la pregunta infantil, ya que es muy cierto que el niño se esta preguntando constantemente y eso es lo que quiere apuntar la filosofía
ResponderEliminarSol: No sé si me animaría a decir que todo ser humano, porque no me gusta generalizar, pero suena bien: todo ser humano, en algún momento de su vida es atravesado por la turbia duda. Si bien hay algo (sociedad, sistema, no sé que será) que se encarga de ejercer control y dominación, y se esfuerza también por encauzar nuestros flujos pensantes en un surco, creando así distintos ríos turbios con sus corrientes, con las cuales podemos simpatizar: flotar por el río siguiendo esa corriente o estar en desacuerdo: nadar corriente en contra cambiar de río, da lo mismo. Por el río van también todos esos conceptos que el humano crea sin cesar, los construye el individuo desde su originalidad o actualiza los que encuentra en su camino, por necesidad. En el fondo todos sabemos que estos ríos están construidos por y para nosotros. Por lo tanto cada uno de nosotros es a la vez individuo y sociedad, especie y espíritu creador. ¿Y qué es lo que nos hace cuestionar los hábitos, los conceptos que ya existen y tomamos como propios; la crítica filosófica, una situación límite, nuestro espíritu que en lo profundo sabe que no somos sólo eso? Quizás pueda ella, la filosofía, elevarnos fuera de las corrientes e incitarnos a buscar hasta dónde podemos pensar diferente.
ResponderEliminargiadorou