El hombre como problema
En la Modernidad el desplazamiento de la cuestión del hombre de tema a problema, trajo consigo la constitución del hombre como objeto de conocimiento. Esta voluntad de objetivación de lo humano sería responsable de las paradojas de la antropología filosófica como discurso, por ejemplo, en cuanto al interés de que el sujeto sea conocido como sujeto, cuando el sujeto puede ser conocido sólo en cuanto objeto. Poner al hombre como objeto de conocimiento trae como consecuencia la pérdida de la posibilidad de ponerse a sí mismo como medio de conocimiento (para sí mismo), de conocerse como sujeto que se constituye, o en las palabras de Píndaro, y luego de Nietzsche, de llegar a ser el que se es.
Ahora bien, ¿por qué intentar responder a la pregunta por el ser de hombre? ¿Se trata de satisfacer una curiosidad, un intento por controlar el objeto de la antropología mediante un saber acerca de él? ¿Es en definitiva aquél afán de conocimiento que nos permite controlar lo real? Estas preguntas se ubican más en el nivel del hombre como tema. Más bien nos inclinamos a pensar que la pregunta por el ser del hombre tiene una orientación ético-política, y que históricamente se ha constituido una reflexión acerca del hombre que ha tenido como objetivo determinar la relación con nuestro propio tiempo, atender a “lo que (nos) pasa”, ser capaces de formar parte de nuestro propio tiempo. Se trata, en este sentido de una práctica vivencial y política de nuestro pensar.
Foucault ha enunciado como tarea de la filosofía realizar una “ontología de nosotros mismos” u “ontología del presente”, que nos permita responder a las preguntas “¿quiénes somos en este momento?”, “¿cuál es el campo actual de nuestras experiencias?”, interrogantes iniciados en la Modernidad por Kant en sus textos políticos como “¿Qué es la Ilustración?”, en los cuales la pregunta por el ser del hombre no se orienta hacia una analítica de la verdad, sino hacia la determinación del presente por lo que somos. El presente es para Foucault expresión de un proceso que concierne al pensamiento, de modo que el individuo mismo que habla –en cuanto pensador o filósofo- forma parte de ese proceso. “Y por eso mismo –dice Foucault- vemos que la práctica filosófica, o más bien, el filósofo, al emitir su discurso filosófico, no puede evitar plantear la cuestión de su pertenencia a ese presente”. De esta manera Foucault señalaba que el discurso tiene que tomar en cuenta su actualidad para encontrar su lugar propio y designar el modo de efectuación que realiza dentro de esa actualidad.
"Ninguna epoca ah logrado tantos y tan dispares conocimientos sobre el Hombre como la nuestra, y sin embargo ninguna otra epoca como la nuestra ha sabido tan poco sobre el Hombre. Pues jamas ha sido el Hombre tan problematico como ahora "
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